Cuando el Rey Minos de Creta ordenó a Dédado el constructor erigir un laberinto para encerrar al Minotauro, engendro incontrolabe e insaciable, no solo fue creada una cárcel para el monstruo, también su morada, y el patíbulo para los condenados a convertirse en su alimento.
De igual modo que Dédalo, pero sin la amenaza de convertirse en recluso y sin el deseo de huir echando a volar, pongo hoy la pimera piedra de este laberinto de palabras, pasadizo de ideas, para encerrar en él las vivencias que no merecen el olvido de mi memoria; para que esas sombrías paredes sean la casa de la lucidez manifiesta; para enjuiciarlas y someterlas a las miradas indiscretas de la Red; para que alimenten el mar indigesto de peces famélicos que navegamos.
Con un lenguaje menos simbólico trataré de ir constuyendo este laberinto sin Minotauro, criatura que merecía vivir pese a la dicha de su aberrante existencia, y que me reservo el derecho a resucitar cuando la ocasión lo requiera: darle muerte en combate cuerpo a cuerpo. De momento me inclino por la actitud pacífica del ingenioso constructor, libre de volar a otra isla con sus alas de cera. Espero no perderme.
Salud,
ZOI
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Un laberinto con formas de espirales y un vuelo con el que llegaba la muerte dada por la cera derretida al calor del sol…
Fabulosa presentación.
Besos!!!